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Retrato de Daria Kechenovska, de 16 años, dentro de
su escuela destruida en Ucrania (2022).
Diego Ibarra, dentro de la selección de autores
en JyV >> Fotografía >> Autores.
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Después de un fallido intento de golpe de Estado ocurrido
en agosto, el 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov anunció
su dimisión como presidente de la URSS y todas las instituciones
soviéticas dejaron de funcionar a finales de ese año.
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El pueblo kirguís formaba parte de la Rusia Imperial,
desde su conquista por esta a finales del siglo XIX. Tras la revolución
rusa, queda bajo poder soviético desde 1918. El 14 de octubre de
1924 se establece el óblast autónomo de Kara-Kirguizia dentro de
la RSFS de Rusia. El término kara-kirguizo se usaba para diferenciarlos
de los kazajos, que hasta 1925, también eran llamados kirguizes.
En 1925, se convierte en la república socialista soviética autónoma
de Kirguistán todavía dentro de la RSFS de Rusia. El 5 de diciembre
de 1936 se separa de Rusia, al adquirir rango de República Socialista
Soviética dentro de la URSS. En diciembre de 1990 se renombra a
República de Kirguistán, para el 31 de agosto de 1991, proclamarse
independiente de la URSS.
Un primer ministro forzado a renunciar, un líder opositor
recién liberado de la cárcel para remplazarlo como jefe de
gobierno y un presidente dispuesto a dejar el poder era el inesperado
saldo de las elecciones celebradas en 2020. A las pocas horas miles
de personas salieron a protestar por la presunta manipulación de
los comicios en la antigua república soviética y terminaron forzando
la anulación de los mismos. Para ello los manifestantes tomaron
varios edificios públicos, incluyendo el parlamento, y también liberaron
a varias figuras opositoras que se encontraban en la cárcel. Uno
de esos políticos liberados, Sadyr Japarov, fue juramentado como
nuevo primer ministro de Kirguistán en lugar de Kubatbek Boronov,
quien presentó su renuncia.
Según la encuesta de 2013 de Gallup, el 62 % de los
kirguises dice que el colapso de la Unión Soviética perjudicó a
su país, mientras que solo el 16 % dijo que el colapso lo benefició.
La encuesta también mostró que las personas kirguisas bien educadas
eran más propensas a decir que la ruptura perjudicó a su país.
Eso ocurría con el presidente Sooronbai Jeenbekov
formalmente en el cargo, aunque oculto. Dese su escondite, le dijo
al servicio kirguiso de la BBC que estaba dispuesto a hacerse a
un lado para solucionar la crisis.
Rusia celebra elecciones con el aniversario de la
anexión de Crimea en la cabeza de muchos. En 2022 un camión
bomba dañó la infraestructura por donde circulaban
40.000 coches por día y permitía el paso de 14 millones de pasajeros
y 13 millones de toneladas de carga
Pero, a diferencia de lo ocurrido en Bielorrusia,
las protestas en Kirguistán lograron la anulación de los comicios
y cambios en el gobierno. ¿Cómo llegaron las cosas hasta ahí?
Un total de 16 partidos se disputaron los 120 escaños
del parlamento kirguiso -el Jogorku Kenesh, o Consejo Supremo- pero
según los resultados oficiales cuatro agrupaciones cercanas al presidente
Jeenbekov cruzaron la barrera del 7% de votos que se requiere para
tener representación. Esto hizo que los 12 partidos de oposición
inmediatamente anunciaran que no reconocían los resultados de las
elecciones parlamentarias, al tiempo que acusaban a las fuerzas
oficialistas de compra de votos e intimidación. Las denuncias fueron
calificadas como "creíbles" por observadores internacionales que
dijeron había suficientes motivos de preocupación. Entre otros incidentes
los observadores dijeron haber visto cómo a ciertos votantes con
marcas en las mascarillas que utilizan para protegerse del coronavirus
les habían entregado boletas ya llenas. También hubo reportes de
votantes sobornados y trasladados a circunscripciones donde podían
influir en el resultado de la elección.
Un día después de aquellos comicios unas 5.000 personas
se reunieron en Ala-Too, una céntrica plaza de la capital kirguisa,
Bishkek, para protestar contra los resultados electorales. La manifestación
se mantuvo fundamentalmente pacífica hasta llegada la noche, cuando
un pequeño grupo trató de ingresar por la fuerza al parlamento.
Es la plaza central en Biskek, la capital de Kirguistán.
Construida en 1984 para celebrar el 60 aniversario de la RSS de
Kirguistán (una de las repúblicas constituyentes de la antigua Unión
Soviética), momento en el cual se colocó una enorme estatua de Lenin
en el centro de la plaza. La estatua de Lenin se trasladó en 2003
a un parte más pequeña en la ciudad , y una nueva estatua llamada
Erkindik (Libertad) se instaló en su lugar. Más tarde, en 2011 fue
sustituida por una estatua de Manas, para celebrar el 20 aniversario
de la independencia de Kirguistán. La plaza sirve como un lugar
para eventos estatales y celebraciones. En 2008, fue el escenario
de una ceremonia en memoria de escritor kirguís de renombre mundial
Chinghiz Aitmatov.
La policía reaccionó utilizando cañones de agua, granadas
de aturdimiento y gases lacrimógenos para dispersar a la multitud
de la plaza y calles aledañas. Pero los manifestantes eventualmente
se impusieron y en imágenes de video compartidas a través de las
redes sociales se les puede ver ingresando al complejo, algunos
saltando las verjas y otros forzando los portones. En los videos
también se puede ver humo saliendo del edificio, conocido como "la
Casa Blanca". Manifestantes también entraron por la fuerza en la
alcaldía de Bishkek y en la sede del Comité Nacional de Seguridad,
de donde liberaron al expresidente y ex primer ministro Almazbek
Atambayev, quien había sido arrestado en 2019 acusado de corrupción.
Otro ex primer ministro, Sapar Isakov, también acusado de corrupción,
fue liberado de una colonia penal en las afueras de Bishkek.
Y lo mismo ocurrió con el ahora nuevo primer ministro
Sadyr Japarov, quien estaba sirviendo una sentencia de 11 años de
cárcel por el secuestro de un gobernador regional durante una protesta
"ilegal" de la oposición hace siete años. Según datos del Ministerio
de Salud, unas 700 personas resultaron heridas durante los acontecimientos
y nueve de ellas acabaron en cuidados intensivos. Un joven de 19
años perdió la vida.
Con los manifestantes todavía en control de varios
edificios gubernamentales, la Comisión Central Electoral anunció
la invalidación de los resultados electorales "en consideración
de la situación política en el país". Y el primer ministro, Kubatbek
Boronov, también presentó su renuncia, lo que permitió la juramentación
de Japarov el martes 6 de octubre.
Boronov sirvió como primer ministro de Kirguistán
desde el 17 de junio hasta el 6 de octubre de 2020.
Ese mismo día, según reportes de medios kirguisos,
la Corte Suprema de Justicia suspendió la sentencia en contra del
nuevo jefe de gobierno y ordenó una nueva investigación. Mientras
que el presidente, Sooronbai Jeenbekov, le dijo a la BBC que estaba
dispuesto a presentar su renuncia para ayudar a solucionar la crisis.
"El objetivo principal de los manifestantes no era anular los resultados
de las elecciones, sino sacarme del poder ", dijo en una entrevista
telefónica exclusiva desde un escondite. "Para resolver este problema,
estoy dispuesto a dar la responsabilidad a líderes fuertes, sin
importar a qué grupo pertenezcan. Incluso estoy dispuesto a ayudarlos",
agregó el mandatario.
Jeenbekov, quien fue elegido en 2017, perdió
toda influencia y miles de kirguisos volvieron a salir a las calles
para exigir su dimisión. Los líderes de oposición crearon un Consejo
de Coordinación, con informes que indicaban división y lucha
por las posiciones gubernamentales influyentes.
Según la plataforma de inteligencia geopolítica Stratfor,
aquella crisis política en Kirguistán tuvo sus raíces en una intensa
competencia por el poder dentro de la facción gobernante que se
remonta a 2010. Ese año una combinación de dificultades económicas
y acusaciones de corrupción atizó un levantamiento que terminó derrocando
al entonces presidente Kurmanbek Bakiyev. El país inició entonces
una reforma constitucional para cambiar el sistema político del
país de uno presidencialista a un sistema parlamentario. Pero eso
terminó creando "un panorama político tumultuoso, con frecuentes
luchas internas entre los principales actores de los partidos gobernantes",
asegura Stratfor. Según la consultora, el ascenso del presidente
Jeenbekov al poder -inicialmente como primer ministro en 2016 y
luego como presidente en 2017- estuvo acompañado de esfuerzos por
marginar a Atambayev e Isakov, sus predecesores y antiguos aliados.
El Bazar Osh es uno de los bazares más grandes en
Biskek.
"La mayoría de los protagonistas de la crisis de Kirguistán
provienen del mismo Partido Socialdemócrata de Kirguistán, que ha
sido la fuerza dominante en el parlamento desde la reforma constitucional
de 2010", explicó en su momento la consultora. Y aunque durante
la última década las divisiones y el nacimiento de nuevos partidos
han generado una competencia cada vez mayor entre facciones, estas
"no varían mucho en términos de sus agendas económicas y de política
exterior", agregaba. Esto significa que los estrechos vínculos de
Kirguistán con Rusia, así como la cada vez mayor integración económica
del país con la Unión Económica Euroasiática y la apertura a las
inversiones de la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda de China
muy seguramente se mantendrán.
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El conflicto kirguís-tayiko de 2022 inició el 14 de
septiembre de 2022 cuando estallaron enfrentamientos significativos
entre Kirguistán y Tayikistán después de un período de enfrentamientos
de baja escala desde el 27 de enero de 2022. La lucha es la continuación
no consecutiva de una serie de enfrentamientos en la primavera y
el verano de 2021 entre los dos países. Los territorios que comprenden
los actuales Kirguistán y Tayikistán fueron conquistados por el
Imperio Ruso en el siglo XIX. En la década de 1920, la Unión Soviética
impuso una delimitación en las dos regiones que resultó en enclaves.
Ambos países se independizaron en 1991 cuando se disolvió
la URSS. Ambos países también son miembros de la Organización de
Cooperación de Shanghái (SCO) y la Organización del Tratado de Seguridad
Colectiva (CSTO).
Kirguistán y Tayikistán pactaron un alto a las hostilidades
en 2021.
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La invasión de Ucrania que tanto temía la OTAN y la
UE desde inicios de año se materializó este jueves. Los bombardeos
y ataques militares por tierra y mar ya han supuesto decenas de
muertos y centenares de heridos, pero esta no es la primera vez
que Rusia entra en un conflicto armado, ya que durante las tres
últimas décadas, Moscú ha realizado más de una "operación militar"
en tierras extranjeras.
Como deciamos, se celebra la anexión de Crimea.
Desde la disolución de la Unión Soviética en 1991 Rusia ha intervenido
militarmente en varios conflictos, todos salvo el caso de Siria
en el territorio de países que formaban parte de la antigua URSS,
como sucede en la ofensiva que lanzó sobre Ucrania. Como suele suceder
en las guerras, estos conflictos han supuesto numerosos daños, éxodos
y grandes crisis migratorias.
Tras la desintegración de la URSS y la declaración
de Georgia como república independiente, dos regiones situadas en
su territorio, Osetia del Sur y Abjasia, rechazaron integrarse en
ella y proclamaron su autonomía, que no fue aceptada por Georgia.
La creciente tensión desembocó en sendos conflictos armados: el
de Osetia del Sur se desarrolló entre 1990 y 1991 y se saldó con
2.000 muertos y el de Abjasia, entre 1992 y 1993, costó más de 10.000
vidas y el éxodo de 300.000 georgianos que vivían en la región.En
ambos casos los separatistas contaron con el apoyo de Rusia. En
agosto de 2008 tropas georgianas atacaron Tsjinval, capital de Osetia
del Sur, y otras localidades, lo que desencadenó la intervención
de fuerzas militares rusas en apoyo de las milicias surosetas y
obligó a retirarse a los georgianos. El conflicto se prolongó durante
cinco días y causó más de 600 muertos. Dos semanas después Rusia
reconoció la independencia de los dos territorios.
Un georgino llora sobre el cadáver de un familiar
después de un bombardeo ruso en Gori (a 80 km de Tiflis), el 9 de
agosto de 2008.
Rusia ha intervenido en las dos sangrientas guerras
secesionistas que ha sufrido Chechenia y que ha dejado decenas de
miles de muertos. Las hostilidades comenzaron en 1994 cuando Moscú
irrumpió en este territorio que había proclamado su independencia
en 1991, apenas un mes antes de que el último líder soviético, Mijaíl
Gorbachov, firmara la defunción de la URSS. La intervención finalizó
en 1996 con la retirada del Ejército ruso, el desarme de la guerrilla
y la posibilidad de iniciar un proceso de autodeterminación, que
se frustró en 1999 con la llegada de Vladimir Putin al poder y una
cadena de atentados en Rusia y en la vecina república rusa de Daguestán,
que Moscú atribuyó a terroristas chechenos. En febrero de 2000 Rusia
se apoderó de Grozni, mientras continuaron las hostilidades que
el Kremlin dio por oficialmente finalizadas en 2009.
El Gobierno de provisional de Kirguizistán pidió a
Rusia en 2012 el envío de fuerzas de paz para controlar la situación
en la ciudad kirguís de Osh, donde se habían producido choques armados
entre kirguises y uzbekos que se habían saldado con decenas de muertos
y cientos de heridos. Las tropas rusas se han mantenido en Kirguizistán
desde entonces y Rusia es el principal aliado de la república centroasiática
desde que las autoridades de ese país ordenaran el cierre en 2013
de la base aérea estadounidense situada en el aeropuerto internacional
de Manás. En 2017 los dos países acordaron prolongar la presencia
rusa otros 15 años.
Además del conflicto en el Donbás, en marzo de 2014
Rusia se anexionó la península de Crimea, que había formado parte
de la antigua república soviética de Ucrania y se mantuvo bajo domino
ucraniano cuando este país se constituyó como república independiente.
El 22 de febrero de 2014 y después de tres meses de protestas del
Euromaidan fue derrocado el presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich,
que se refugió en Rusia. Grupos armados prorrusos tomaron entonces
las sedes del Gobierno y la Rada crimeos. La anexión de Rusia se
produjo después de un referéndum en la península no reconocido por
Ucrania ni la comunidad internacional que se celebró en marzo de
ese año en medio de una intervención militar rusa incruenta. El
presidente de Ucrania, Vladimir Zelenski, elegido en 2019, anunció
el 23 de agosto de 2021 la "cuenta atrás" para la desocupación de
Crimea por parte de Rusia.
Víktor Fiódorovich Yanukóvich fue gobernador del óblast
de Donetsk entre 1997 y 2002; primer ministro de Ucrania —en dos
períodos—; y presidente entre 2010 y 2014.
El 2 de enero de 2022 Kazajistán fue escenario de
multitudinarias protestas, las más graves de su historia postsoviética,
debido a la subida del precio del gas licuado de petróleo, que derivaron
en violentos disturbios con epicentro en la mayor ciudad de país,
Almaty, que fueron reprimidas por las fuerzas kazajas dejando un
balance de 240 muertos, 4.600 heridos y 10.000 detenidos. El presidente
del país, Kasim-Yomart Tokáyev, solicitó ayuda el día 5 a la alianza
militar postsoviética liderada por Rusia, la Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva (OTSC), para sofocar la "amenaza terrorista",
como calificó las protestas violentas. Los miembros de la organización,
en lo que fue su primera intervención en veinte años, enviaron 2.000
soldados, la mayoría rusos, que abandonaron el país días después,
una vez restablecido el orden.
En 2015 el presidente sirio, Bachar al Asad, tras
cuatro años de guerra civil, pidió ayuda militar a Rusia, que el
30 de septiembre de ese año comenzó una intervención con ataques
aéreos contra las posiciones del Estado Islámico. El curso de la
guerra cambió desde entonces con sucesivas derrotas de los yihadistas
y facciones rebeldes al presidente Asad. En diciembre de 2017 Putin
anunció la derrota del Estado Islámico en Siria al ser destruidas
las últimas posiciones yihadistas a ambos lados del río Éufrates.
El 11 de diciembre viajó a Siria y ordenó el comienzo de la retirada
de las tropas rusas. Rusia sigue presente en Siria, donde tiene
dos bases militares, en el aeródromo de Hmeimim y el puerto de Tartus.
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La guerra en Ucrania ha impulsado una rehabilitación
de la controvertida figura de Iósif Stalin que condujo a la Unión
Soviética a la victoria sobre la Alemania nazi, maquillando, de
esta manera, el lado oscuro del dictador. Dicha reparación a su
reputación coincide con el centenario de la muerte de Vladímir Lenin,
líder de la Revolución Bolchevique, este domingo 21 de enero y al
que el actual jefe del Kremlin, Vladímir Putin, culpa de muchos
de los males que desembocaron en la desintegración soviética. «Ahora
el nombre de Stalin, el recuerdo de la guerra y la URSS se utilizan
con un solo objetivo: convencer al pueblo ruso de que la operación
militar especial en Ucrania es tan justa como la Gran Guerra Patria»,
ha declarado Yákov Dzhugashvili, bisnieto de Stalin.
Este blanqueamiento comienza con los libros de historia:
los nuevos manuales para los estudiantes de los dos últimos cursos
de la secundaria muestran una imagen del dictador totalmente diferente
a la de los textos publicados tras la caída de la URSS. «Si en los
libros financiados en los años 90 por la Fundación Soros, era un
tirano, una bestia, un pésimo comandante (...), hoy en nuestro manual
unificado el papel de Stalin se presenta de manera adecuada, es
decir, objetivamente», explicó Mijaíl Miagkov, director de la Sociedad
Histórico-Militar de Rusia.
Selim Bensaad, otro bisnieto de Stalin, llama a los
españoles proucranianos "idiotas útiles" de Biden.
A pesar de que los manuales admiten las brutales purgas
estalinistas, las enmarcan en una difícil situación internacional
y en los temores a una conspiración trotskista, así como la aparición
de una quinta columna. Al mismo tiempo, los textos destacan que,
como el pueblo desconocía la «auténtica magnitud» de la represión,
«la popularidad de Stalin entre la gente no sólo se redujo, sino
que creció aún más».
No se hace referencia a los gulag, aunque admite el
fusilamiento de más de 800.000 personas, y niega el genocidio por
hambruna en Ucrania (Holodomor) durante la colectivización forzosa
de la tierra, pero utiliza esa palabra para la matanza de judíos
polacos a manos de los nacionalistas ucranianos. Stalin aprobó el
pacto Mólotov-Ribbentrop no para repartirse esferas de influencia
con Hitler, sino para aplazar la agresión alemana, debido a la política
de apaciguamiento occidental de Berlín y para alejar la frontera
soviética varios cientos de kilómetros de Moscú. Y concluye que
el principal resultado de las acciones de Stalin, al que exculpan
por purgar al generalato e invadir Finlandia, «fue la derrota de
la Alemania hitleriana y de Japón, y la eliminación de la amenaza
fascista para toda la humanidad».
Desde la llegada de Putin al poder en el año 2000
se han instalado casi un centenar de monumentos en honor de Stalin,
tendencia que se aceleró desde la anexión de la península ucraniana
de Crimea (2014) y se disparó en los últimos dos años.
La hija de Stalin, Svetlana Alliluyeva, había escapado
de la URSS en 1966 aprovechando un viaje para asistir al funeral
de su marido de hecho y solicitó asilo en la embajada de los Estados
Unidos.
Aunque dos tercios de sus habitantes se opone a ello,
las autoridades de Volgogrado se proponen recuperar la idea de celebrar
un referéndum para devolverle el nombre de Stalingrado a la ciudad,
consulta en la que podrán votar no sólo los residentes de la ciudad,
sino de toda la región. En la patria chica del tirano georgiano
también estalló estos días un escándalo por la aparición de un icono
con su imagen en la catedral de Tiflis, que fue retirado posteriormente
por la Iglesia, que negó un encuentro milagroso entre el dictador
y la santa Matrona de Moscú.
«Lo importante no es Stalin sino la causa por la que
dio su vida, la auténtica democracia que se llama Comunismo. ¿Acaso
en Rusia alguien pretende rehabilitar la idea de la auténtica democracia,
el comunismo?», insiste el bisnieto de Stalin.
El nombre de Lavrenti Beria, nacido hace hoy 125 años,
todavía evoca los crímenes más estremecedores de la historia soviética.
Stalin llegó a referirse a él como “nuestro Himmler”, asumiendo
que la figura de su lugarteniente era tan siniestra como la del
jefe de las SS. Sin embargo, la leyenda negra de Beria creció tras
su muerte. Los testimonios sobre su sadismo, crueldad y depravación
sexual, aunque no carentes de fundamento, se exageraron para justificar
la necesidad de haber acabado con el “monstruo del Kremlin”. Las
alternativas a ese retrato apenas han contrarrestado el peso abrumador
del mito sobre la maldad diabólica de Beria, relegando otras lecturas
sobre el personaje, como la del papel desempeñado en los últimos
tres meses de su carrera política. Fue entonces, desaparecido Stalin,
cuando se mostró como el liquidador de su herencia, un reformador
audaz del orbe soviético, cuyas iniciativas, décadas después, hubieran
hecho suyas los defensores más entusiastas de la perestroika de
Mijaíl Gorbachov.
Beria era georgiano como Stalin, aunque veinte años
más joven que él. En circunstancias normales, su formación como
ingeniero le hubiera deparado un futuro prometedor en la industria
petrolera del Cáucaso, pero, en medio de la vorágine de la revolución
y la guerra civil, fue reclutado por los bolcheviques para trabajar
en la temible Cheka, sus servicios de inteligencia, donde descubrió
sus aptitudes para la intriga y el espionaje.
Compensó su modesto pedigrí revolucionario con el
fuste de líder, y, a inicios de los años treinta, sin dejar el control
de la policía secreta, estaba al frente de los comunistas georgianos.
En Moscú pronto se fijaron en aquel funcionario enérgico, administrador
eficaz y al que no le temblaba la mano a la hora de reprimir. Persuadido
por su valía, Stalin lo quiso en su equipo, pero aguardó al momento
propicio para llamarlo junto a él. En 1938, en el punto álgido de
las purgas del Gran Terror, llegó la hora.
Stalin pensó en él como recambio de Nikolái Yezhov,
jefe del NKVD (el KGB de la época), quien había desatado una orgía
de sangre que paralizó al ejército y debilitó al partido. Stalin
temía que las purgas reventaran las costuras del país si no se relajaban.
Beria puso fin al Gran Terror, depuró a fondo los servicios de seguridad
y se adueñó del NKVD. Sabía que en aquel puesto la esperanza de
vida solía ser breve y que para sobrevivir necesitaría astucia e
inteligencia, pero de ambas estaba sobradamente dotado. A partir
de entonces, se reveló como el lugarteniente más apto de Stalin,
el ejecutor que coronaba con éxito sus órdenes, por brutales que
fuesen. El asesinato de su archienemigo Trotski, la masacre de la
oficialidad polaca en Katyn, o la deportación genocida de tártaros
y chechenos, entre otros pueblos soviéticos, figuran en su hoja
de servicios.
Gente de Vínnitsa en busca de parientes entre las
víctimas exhumadas de la masacre ocurrida en 1937. La Gran Purga,
aunque más comúnmente conocida en la Rusia actual como Gran Terror,
fue el nombre dado a la serie de campañas de represión y persecución
políticas llevadas a cabo en la Unión Soviética a finales de la
década de 1930.
El verdugo implacable fue, además, un excelente organizador,
como demostró durante la Segunda Guerra Mundial. Fue él quien evacuó
las fábricas de armamento más allá de los Urales para evitar que
cayeran en manos nazis, y quien fortaleció la musculatura del Ejército
Rojo supervisando la producción y el envío al frente de armas, municiones
y pertrechos. Acabada la guerra, era insustituible en el equipo
de Stalin. Sin embargo, fue apartado de la mayoría de sus responsabilidades,
perdiendo incluso su feudo más preciado: los servicios de seguridad.
Su estrella declinaba y comenzó a temer por su vida, pero el éxito
en la dirección del programa nuclear lo mantuvo a salvo.
Stalin creía inevitable un nuevo conflicto y necesitaba
con urgencia armamento nuclear. El encargo para fabricarlo recayó
en el único capaz, y Beria asumió el desafío consciente de las consecuencias
de un fracaso. En 1949, después de tres años de trabajo infatigable,
y diez antes de lo previsto por el espionaje occidental, la Unión
Soviética detonó su primera bomba atómica.
Lavrenti Beria, entre Voroshílov y Malenkov, en el
funeral de Stalin, 8 de marzo de 1953.
La muerte de Stalin, el 5 de marzo de 1953, libró
a Beria de una purga que parecía inminente. A la espera de la lucha
por la sucesión, sus herederos se repartieron el poder en una dirección
colegiada: Gueorgui Malenkov fue jefe de gobierno y Nikita Jruschov
del partido; Nikolái Bulganin estuvo al frente de las fuerzas armadas,
y la diplomacia en manos de Viacheslav Mólotov. Mientras que Beria
recuperó el control de todos los órganos de la seguridad del Estado.
La euforia por haber sobrevivido a Stalin hizo creer a los herederos
que, a partir de entonces, todo sería diferente. Quien más lo creyó
fue Beria, el único con un plan para que así fuera, un programa
de reformas elaborado a partir del conocimiento de las arbitrariedades
y rigideces del estalinismo, y de su experiencia en la dirección
de Georgia.
En aquella época consiguió evitar las tensiones que
se dieron en otras repúblicas con medidas que aseguraron cierta
paz social, como la relajación en la colectivización del campo o
la restauración de la libertad de comercio. Precedentes del espíritu
reformador que lo guio en los cien días que transcurrieron hasta
su detención. En la dirección colegiada había consenso sobre la necesidad
de aplicar cambios, pero no sobre cuáles ni sobre su profundidad.
Ante la indecisión, Beria tomó la iniciativa y aplicó la política
de hechos consumados. La amnistía más grande conocida, con más de
un millón de liberados del Gulag, fue una de sus primeras decisiones.
En primer término con Svetlana. Stalin al fondo.
1935.
Le siguieron la reducción de castigos y penas, la
liquidación del trabajo forzoso y la prohibición de la tortura.
Medidas que anticipaban la reforma integral de un sistema penitenciario
que había contribuido a dotar de mano de obra semiesclava a los
proyectos faraónicos de construcción de infraestructuras, y que
Beria decidió paralizar. También colocó en el punto de mira otro
emblema del estalinismo: las granjas colectivas, pero no tuvo tiempo
para desmantelarlas. Sí lo tuvo, en cambio, para poner fin a la
anomalía de los pasaportes internos, las ciudades cerradas y las
zonas prohibidas, devolviendo a la ciudadanía la libertad de movimiento
por todo el territorio.
Su aversión hacia Stalin, fraguada durante años, cristalizó
en la censura de su culto y, hasta la caída de Beria, el nombre
de Stalin desapareció de los titulares de la prensa, y su imagen
fue excluida en las grandes celebraciones. Enemigo de la rusificación
forzada, alentó la identidad nacional de las repúblicas, en especial
las de Ucrania y Lituania, proponiendo que sus lenguas tuvieran
consideración oficial, y que funcionarios autóctonos, en lugar de
rusos, ocuparan los puestos de máxima responsabilidad. Aquel alud
de medidas y propuestas debilitaría el control social del partido
y la hegemonía de Moscú sobre el conjunto de repúblicas, lo que
a la postre conduciría al colapso del régimen soviético, como preveían
alarmados Malenkov, Jruschov y compañía. Sin embargo, no reaccionaron,
paralizados por el temor a que Beria utilizase en su contra la información
comprometedora que había atesorado durante años como jefe del espionaje.
Solo un temor mayor los empujaría a actuar.
Lavrenti Beria, Nikita Jruschov y el líder armenio
Aghasi Khanchian en 1935.
En 1949, en el sector soviético de la Alemania ocupada,
se fundó la República Democrática de Alemania (RDA), piedra angular
en la estructura de defensa de la periferia soviética. La construcción
acelerada del socialismo no había dado buenos resultados y el descontento
de la población derivó en una crisis explosiva durante aquellos
cien días. Para atajarla, la mayoría de la dirección colegiada aconsejó
a los dirigentes de la joven república que ralentizaran la sovietización
del país, con la excepción de Beria, que optó por una solución drástica:
renunciar a la RDA y apostar por una Alemania unificada y neutral.
Más pragmático que ideólogo, calculó que un paso hacia la distensión,
como propiciar la reunificación alemana, tendría recompensa de Occidente
en forma de créditos para sacar a la Unión Soviética de la autarquía.
Un beneficio superior a los costes de enquistar el
problema de las dos Alemanias y de mantener la respiración asistida
a la economía de la RDA, en donde dudaba que el socialismo pudiera
germinar.
Beria, protagonista de la portada de 'Time' en 1953,
pocos meses después de la muerte de Stalin.
Con su plan para la RDA Beria había traspasado una
línea roja. Ninguno de sus compañeros en la dirección colegiada
estaba dispuesto a renunciar al mayor trofeo de la guerra y la herencia
más valiosa de Stalin: el Imperio soviético. El pavor a que lo desmembrara
los convenció de que debían deshacerse de él. Durante aquellos cien
días, Beria maniobró con tanto exceso de confianza como de menosprecio
hacia la capacidad de respuesta de sus rivales. Pese a controlar
los servicios de inteligencia fue incapaz de detectar el golpe palaciego
que tramaba Jruschov, y que puso fin a su breve perestroika. De
haberse consumado, probablemente hubiera acelerado el final de la
guerra fría y hoy hablaríamos de otro orden mundial.
El 26 de junio de 1953, Lavrenti Beria fue detenido
en el Kremlin y encerrado en el búnker de un presidio moscovita.
En vano pidió clemencia a sus antiguos compañeros. A mediados de
diciembre comenzó su juicio, al más puro estilo estalinista: sin
defensa ni derecho a apelación. Acusado de traición por intentar
liquidar el régimen soviético y restaurar el capitalismo, el 23
de diciembre fue condenado a muerte y ejecutado. En el año 2000,
ya en la Rusia de Putin, la Corte Suprema se negó a la revisión
del juicio solicitada por sus familiares.
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