|
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
|
Diez libros para recordar a Lenin en el centenario
de su muerte.
Lenin. El hombre que cambió el mundo, es una biografía ilustrada
para conmemorar el centenario de Lenin. La historia de la persona
que cambió el siglo XX. Pocas veces se puede narrar cómo el genio
de un individuo cambió el curso de la historia humana a escala global.
Lenin. El hombre que cambió el mundo cuenta el periplo vital del
creador del primer Estado fruto de un diseño intelectual y no de
la evolución natural de la vida en sociedad. Lenin, como nadie antes,
supo interpretar el comportamiento y la reacción de las personas
y, así, erigir desde la nada un poder político nunca antes visto.
Con él nació el primer Estado socialista. A través de su breve vida,
el lector descubrirá una época apasionante donde los acontecimientos
en torno al protagonista son favorables al gran cambio que tenía
entre manos.
La Hermandad del Bosque es la denominación por la que se conoce
en los Estados Bálticos de Estonia, Letonia y Lituania a los miembros
del movimiento partisano surgido como oposición armada a la invasión
y ocupación de estos países por parte de la Unión Soviética y que
se desarrolló particularmente desde finales de la Segunda Guerra
Mundial hasta mediados de la década de 1950, durante la Guerra Fría.
Otros movimientos antisoviéticos similares tuvieron lugar en Polonia,
Rumania y Ucrania. El término también es aplicado para un movimiento
guerrillero desarrollado en Georgia y la región del Cáucaso en la
década de 1990.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
La feminista rusa Anna Pavlovna Filosofova nació el 5 de agosto
de 1837 en San Petersburgo. Hija de una familia de la alta nobleza
rusa, recibió una buena educación y tuvo una infancia feliz. Se
casó con un oficial del Ministerio de Guerra y Defensa, Vladimir
Dmitryevich Filosofov, con quien tuvo seis hijos. Anna fue muy consciente
de su situación social privilegiada y de las diferencias entre ricos
y pobres que existía en la Rusia del siglo XIX.
Dedicó toda su vida al ballet. A pesar de sus problemas de salud
y de su delicada constitución física, la genial bailarina rusa consiguió
llegar a la cima y ser una de las principales artistas del Ballet
Imperial Ruso. También fundó su propia compañía, con la que recorrió
el mundo logrando convertirse en una de las bailarinas más importantes
de todos los tiempos.
En 1895 fundó la Asociación Caritativa de Mujeres rusas que oficialmente
tenía objetivos filantrópicos pero también pretendía ser una organización
feminista. En 1908 Anna participó como presidenta en el Primer Congreso
de Mujeres Rusas y se unió a la Sociedad Rusa Teosófica. Cuando
falleció en 1912, miles de mujeres y hombres asistieron a su funeral
para dar el último adiós a una de las mujeres más comprometidas
con los derechos de las mujeres en la Rusia previa a su gran revolución.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Retrato de Daria Kechenovska, de 16 años, dentro de
su escuela destruida en Ucrania (2022).
Diego Ibarra, dentro de la selección de autores
en JyV >> Fotografía >> Autores.
Kiev o Kyiv, ¿cómo llamar a la capital de Ucrania
y por qué?
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Después de un fallido intento de golpe de Estado ocurrido
en agosto, el 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov anunció
su dimisión como presidente de la URSS y todas las instituciones
soviéticas dejaron de funcionar a finales de ese año.
Es difícil comprender la historia del siglo xx sin
la obra ensayística de Isaiah Berlin, indudablemente uno de los
pensadores más influyentes y de mayor agudeza intelectual que ha
dado Europa. Haciendo valer su máxima de que «todo tema interesante
es un dilema», supo percibir la complejidad de la realidad desde
un espíritu abierto y la tolerancia. Jamás antes recopilados, los
ensayos de Berlin sobre la URSS -algunos inéditos- recogen su famoso
memorándum para la Oficina de Asuntos Exteriores de 1945 en torno
a la situación del arte y las letras bajo Stalin, y una disquisición
sobre «la dialéctica artificial¯ de Stalin; sus retratos de àsip
Mandelshtam y Borís Pasternak, así como su relación con Anna Ajmátova;
el análisis de la cultura en la Rusia soviética escrito tras la
visita que realizó en 1956; y, a modo de brillante colofón, un epílogo
estimulado por los acontecimientos de 1989, «el año de los milagros»,
cuando el Muro cayó (literalmente y en sentido figurado), y en el
que Berlin, al tiempo que aclama a los rusos por su papel en la
revolución que vive Europa :»son un gran pueblo, con una capacidad
creativa inmensa, y una vez sean libres, nadie sabe qué aportarán
al mundo».
El fotógrafo ucraniano Boris Savelev recibe el Premio
PHotoESPAÑA 2024.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Pásate por Ser humano >> Guerra civil.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
La Madre Patria será la Madre Ucrania en breve. La
estatua más emblemática de Kiev, de 62 metros de altura, está en
proceso de desovietización. Ya no tiene grabada la hoz y el martillo,
símbolo de la URSS, en su escudo, sino un tryzub o tridente ucraniano.
Los trabajos ya están muy avanzados pero la puesta de largo del
monumento tendrá lugar el 24 de agosto, cuando Ucrania celebra el
Día de la Independencia. "Creemos que este cambio será el principio
de una nueva era del renacimiento de nuestra cultura y nuestra identidad,
el final de los símbolos y narrativas soviéticos y rusos", señala
el Ministerio ucraniano de Cultura en un comunicado.
El monumento, de acero, se erigió en una colina en
1981 como parte de un memorial que conmemora la victoria soviética
en la Segunda Guerra Mundial. De ahí que en la mano izquierda la
mujer victoriosa llevara un escudo con la hoz y el martillo, y en
la derecha una espada. La estatua mira hacia Moscú. El tryzub, que
se incorporó al escudo de Ucrania en 1991, cuando se independizó
de la URSS, dicen que representa la Santísima Trinidad, aunque otros
ven un halcón en posición de caza. La mayor parte de los símbolos
soviéticos, o relativos al Partido Comunista, se eliminaron en Ucrania
en 2015, un año después de la anexión ilegítima de Crimea y del
inicio de la guerra en el Donbás. De hecho, en el Maidán, en 2014,
muchas estatuas de Lenin fueron derribadas. Sin embargo, este monumento
a la Madre Patria se dejó tal cual por estar relacionado con la
Segunda Guerra Mundial.
A finales de mayo, el Parlamento ucraniano votó a
favor de suprimir todos los símbolos restantes del pasado soviético
y del imperio ruso. A mediados de julio, la Inspección Estatal de
Arquitectura y Planificación Urbanística facilitó el permiso para
quitar la hoz y el martillo del monumento de la Madre Patria. El
entonces ministro de Cultura Oleksander Tkachenko aseguró que el
coste de esta operación, estimado en unos 700.000 euros, sería sufragado
por empresas privadas. En concreto Metinvest Group, propiedad de
Rinat Ajmetov, el hombre más rico de Ucrania, propietario del equipo
de fútbol Shakhtar Donetsk, se ha hecho cargo del tridente.
Según una encuesta difundida por el Ministerio ucraniano
de Cultura, que ha avalado el proyecto, un 85% de la población quería
que se retiraran la hoz y el martillo del monumento. Sin embargo,
hay voces discrepantes. Son muchos los que reprochaban al Ministerio
este gasto cuando se podría empler en drones o en material necesario
en el campo de batalla. De hecho, el presidente ucraniano, Volodimir
Zelenski, difundió un video el pasado 20 de julio en el que decía
que las prioridades ahora pasan por prestar atención a lo que necesita
la defensa del país. Tachenko acabó dimitiendo, aunque se defendió
en un comunicado. "Algunos dicen que no es el momento para gastar
dinero en cultura por la guerra. Pero, ¿por qué estamos luchado.
¿No estamos luchando por nuestra cultura, nuestra identidad, nuestra
lengua, y nuestra historia. La cultura en la guerra es tan importante
como los drones", dijo en un comunicado, poco antes de que el Parlamento
aprobara su renuncia.
La invasión rusa de Ucrania, que ordenó el líder ruso,
Vladimir Putin, el 24 de febrero de 2022, ha reafirmado el sentimiento
nacionalista ucraniano, todo lo contrario de su propósito, y ha
llevado a que aumente el rechazo a los símbolos relacionados con
la URSS o con Rusia. El pasado soviético es sinónimo del imperialismo,
un imperialismo que ha llevado a Putin a invadir a su país vecino,
que solo concibe ligado a la Federación Rusa. En un comunicado sobre
este cambio, en la web del museo se describe la hoz y el martillo
como el símbolo de un régimen totalitario que "destruyó millones
de vidas humanas... estamos desprendiéndonos de las marcas de nuestra
pertenencia al espacio post soviético. No somos post nada, somos
una Ucrania libre, independiente y soberana". También se prevé cambiar
el nombre por el de Madre Ucrania, lo que ha enfurecido a los dirigentes
del Kremlin. La portavoz del Ministerio ruso de Exteriores, María
Zajarova, ha sido contundente. "Esto es a lo que se dedica el régimen
de Kiev y sus ciborgs. No se puede renombrar a la Madre. Solo se
la puede amar. Y ellos no saben cómo hacerlo", dijo Zajarova. Kiev,
una ciudad donde proliferan las banderas gualdiazules, ha renombrado
varios monumentos y calles en esta campaña para borrar el pasado
soviético o ruso. El Puente de Moscú, una estructura de más de 800
metros sobre el Dniéper, se llama ahora Puente del Norte. La plaza
de Andrei Ivanov rinde ahora homenaje a la vecina Letonia y la calle
Ivan Kudrya cambió en 2019 el nombre por el de John McCain, en recuerdo
del senador estadounidense, que siempre fue leal a la causa del
pueblo ucraniano. La cuestión es que Kudrya fue un héroe soviético
que destacó en la resistencia ucraniana al nazismo y sus colaboradores
en Ucrania: provocó la muerte de soldados alemanes al atentar contra
un teatro, hizo que descarrilaran trenes y no paró hasta que le
atrapó la Gestapo y lo mató. Para justificar que su nombre se suprimiera
se enfatizó su lucha contra los nacionalistas ucranianos
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
La guerra en Ucrania ha impulsado una rehabilitación
de la controvertida figura de Iósif Stalin que condujo a la Unión
Soviética a la victoria sobre la Alemania nazi, maquillando, de
esta manera, el lado oscuro del dictador. Dicha reparación a su
reputación coincide con el centenario de la muerte de Vladímir Lenin,
líder de la Revolución Bolchevique, este domingo 21 de enero y al
que el actual jefe del Kremlin, Vladímir Putin, culpa de muchos
de los males que desembocaron en la desintegración soviética. «Ahora
el nombre de Stalin, el recuerdo de la guerra y la URSS se utilizan
con un solo objetivo: convencer al pueblo ruso de que la operación
militar especial en Ucrania es tan justa como la Gran Guerra Patria»,
ha declarado Yákov Dzhugashvili, bisnieto de Stalin.
Este blanqueamiento comienza con los libros de historia:
los nuevos manuales para los estudiantes de los dos últimos cursos
de la secundaria muestran una imagen del dictador totalmente diferente
a la de los textos publicados tras la caída de la URSS. «Si en los
libros financiados en los años 90 por la Fundación Soros, era un
tirano, una bestia, un pésimo comandante (...), hoy en nuestro manual
unificado el papel de Stalin se presenta de manera adecuada, es
decir, objetivamente», explicó Mijaíl Miagkov, director de la Sociedad
Histórico-Militar de Rusia.
Selim Bensaad, otro bisnieto de Stalin, llama a los
españoles proucranianos "idiotas útiles" de Biden.
A pesar de que los manuales admiten las brutales purgas
estalinistas, las enmarcan en una difícil situación internacional
y en los temores a una conspiración trotskista, así como la aparición
de una quinta columna. Al mismo tiempo, los textos destacan que,
como el pueblo desconocía la «auténtica magnitud» de la represión,
«la popularidad de Stalin entre la gente no sólo se redujo, sino
que creció aún más».
No se hace referencia a los gulag, aunque admite el
fusilamiento de más de 800.000 personas, y niega el genocidio por
hambruna en Ucrania (Holodomor) durante la colectivización forzosa
de la tierra, pero utiliza esa palabra para la matanza de judíos
polacos a manos de los nacionalistas ucranianos. Stalin aprobó el
pacto Mólotov-Ribbentrop no para repartirse esferas de influencia
con Hitler, sino para aplazar la agresión alemana, debido a la política
de apaciguamiento occidental de Berlín y para alejar la frontera
soviética varios cientos de kilómetros de Moscú. Y concluye que
el principal resultado de las acciones de Stalin, al que exculpan
por purgar al generalato e invadir Finlandia, «fue la derrota de
la Alemania hitleriana y de Japón, y la eliminación de la amenaza
fascista para toda la humanidad».
Desde la llegada de Putin al poder en el año 2000
se han instalado casi un centenar de monumentos en honor de Stalin,
tendencia que se aceleró desde la anexión de la península ucraniana
de Crimea (2014) y se disparó en los últimos dos años.
La hija de Stalin, Svetlana Alliluyeva, había escapado
de la URSS en 1966 aprovechando un viaje para asistir al funeral
de su marido de hecho y solicitó asilo en la embajada de los Estados
Unidos.
Aunque dos tercios de sus habitantes se opone a ello,
las autoridades de Volgogrado se proponen recuperar la idea de celebrar
un referéndum para devolverle el nombre de Stalingrado a la ciudad,
consulta en la que podrán votar no sólo los residentes de la ciudad,
sino de toda la región. En la patria chica del tirano georgiano
también estalló estos días un escándalo por la aparición de un icono
con su imagen en la catedral de Tiflis, que fue retirado posteriormente
por la Iglesia, que negó un encuentro milagroso entre el dictador
y la santa Matrona de Moscú.
«Lo importante no es Stalin sino la causa por la que
dio su vida, la auténtica democracia que se llama Comunismo. ¿Acaso
en Rusia alguien pretende rehabilitar la idea de la auténtica democracia,
el comunismo?», insiste el bisnieto de Stalin.
El pueblo kirguís formaba parte de la Rusia Imperial,
desde su conquista por esta a finales del siglo XIX. Tras la revolución
rusa, queda bajo poder soviético desde 1918. El 14 de octubre de
1924 se establece el óblast autónomo de Kara-Kirguizia dentro de
la RSFS de Rusia. El término kara-kirguizo se usaba para diferenciarlos
de los kazajos, que hasta 1925, también eran llamados kirguizes.
En 1925, se convierte en la república socialista soviética autónoma
de Kirguistán todavía dentro de la RSFS de Rusia. El 5 de diciembre
de 1936 se separa de Rusia, al adquirir rango de República Socialista
Soviética dentro de la URSS. En diciembre de 1990 se renombra a
República de Kirguistán, para el 31 de agosto de 1991, proclamarse
independiente de la URSS.
Un primer ministro forzado a renunciar, un líder opositor
recién liberado de la cárcel para remplazarlo como jefe de
gobierno y un presidente dispuesto a dejar el poder era el inesperado
saldo de las elecciones celebradas en 2020. A las pocas horas miles
de personas salieron a protestar por la presunta manipulación de
los comicios en la antigua república soviética y terminaron forzando
la anulación de los mismos. Para ello los manifestantes tomaron
varios edificios públicos, incluyendo el parlamento, y también liberaron
a varias figuras opositoras que se encontraban en la cárcel. Uno
de esos políticos liberados, Sadyr Japarov, fue juramentado como
nuevo primer ministro de Kirguistán en lugar de Kubatbek Boronov,
quien presentó su renuncia.
Según la encuesta de 2013 de Gallup, el 62 % de los
kirguises dice que el colapso de la Unión Soviética perjudicó a
su país, mientras que solo el 16 % dijo que el colapso lo benefició.
La encuesta también mostró que las personas kirguisas bien educadas
eran más propensas a decir que la ruptura perjudicó a su país.
Eso ocurría con el presidente Sooronbai Jeenbekov
formalmente en el cargo, aunque oculto. Dese su escondite, le dijo
al servicio kirguiso de la BBC que estaba dispuesto a hacerse a
un lado para solucionar la crisis.
Rusia celebra elecciones con el aniversario de la
anexión de Crimea en la cabeza de muchos. En 2022 un camión
bomba dañó la infraestructura por donde circulaban
40.000 coches por día y permitía el paso de 14 millones de pasajeros
y 13 millones de toneladas de carga
Pero, a diferencia de lo ocurrido en Bielorrusia,
las protestas en Kirguistán lograron la anulación de los comicios
y cambios en el gobierno. ¿Cómo llegaron las cosas hasta ahí?
Un total de 16 partidos se disputaron los 120 escaños
del parlamento kirguiso -el Jogorku Kenesh, o Consejo Supremo- pero
según los resultados oficiales cuatro agrupaciones cercanas al presidente
Jeenbekov cruzaron la barrera del 7% de votos que se requiere para
tener representación. Esto hizo que los 12 partidos de oposición
inmediatamente anunciaran que no reconocían los resultados de las
elecciones parlamentarias, al tiempo que acusaban a las fuerzas
oficialistas de compra de votos e intimidación. Las denuncias fueron
calificadas como "creíbles" por observadores internacionales que
dijeron había suficientes motivos de preocupación. Entre otros incidentes
los observadores dijeron haber visto cómo a ciertos votantes con
marcas en las mascarillas que utilizan para protegerse del coronavirus
les habían entregado boletas ya llenas. También hubo reportes de
votantes sobornados y trasladados a circunscripciones donde podían
influir en el resultado de la elección.
Un día después de aquellos comicios unas 5.000 personas
se reunieron en Ala-Too, una céntrica plaza de la capital kirguisa,
Bishkek, para protestar contra los resultados electorales. La manifestación
se mantuvo fundamentalmente pacífica hasta llegada la noche, cuando
un pequeño grupo trató de ingresar por la fuerza al parlamento.
Es la plaza central en Biskek, la capital de Kirguistán.
Construida en 1984 para celebrar el 60 aniversario de la RSS de
Kirguistán (una de las repúblicas constituyentes de la antigua Unión
Soviética), momento en el cual se colocó una enorme estatua de Lenin
en el centro de la plaza. La estatua de Lenin se trasladó en 2003
a un parte más pequeña en la ciudad , y una nueva estatua llamada
Erkindik (Libertad) se instaló en su lugar. Más tarde, en 2011 fue
sustituida por una estatua de Manas, para celebrar el 20 aniversario
de la independencia de Kirguistán. La plaza sirve como un lugar
para eventos estatales y celebraciones. En 2008, fue el escenario
de una ceremonia en memoria de escritor kirguís de renombre mundial
Chinghiz Aitmatov.
La policía reaccionó utilizando cañones de agua, granadas
de aturdimiento y gases lacrimógenos para dispersar a la multitud
de la plaza y calles aledañas. Pero los manifestantes eventualmente
se impusieron y en imágenes de video compartidas a través de las
redes sociales se les puede ver ingresando al complejo, algunos
saltando las verjas y otros forzando los portones. En los videos
también se puede ver humo saliendo del edificio, conocido como "la
Casa Blanca". Manifestantes también entraron por la fuerza en la
alcaldía de Bishkek y en la sede del Comité Nacional de Seguridad,
de donde liberaron al expresidente y ex primer ministro Almazbek
Atambayev, quien había sido arrestado en 2019 acusado de corrupción.
Otro ex primer ministro, Sapar Isakov, también acusado de corrupción,
fue liberado de una colonia penal en las afueras de Bishkek.
Y lo mismo ocurrió con el ahora nuevo primer ministro
Sadyr Japarov, quien estaba sirviendo una sentencia de 11 años de
cárcel por el secuestro de un gobernador regional durante una protesta
"ilegal" de la oposición hace siete años. Según datos del Ministerio
de Salud, unas 700 personas resultaron heridas durante los acontecimientos
y nueve de ellas acabaron en cuidados intensivos. Un joven de 19
años perdió la vida.
Con los manifestantes todavía en control de varios
edificios gubernamentales, la Comisión Central Electoral anunció
la invalidación de los resultados electorales "en consideración
de la situación política en el país". Y el primer ministro, Kubatbek
Boronov, también presentó su renuncia, lo que permitió la juramentación
de Japarov el martes 6 de octubre.
Boronov sirvió como primer ministro de Kirguistán
desde el 17 de junio hasta el 6 de octubre de 2020.
Ese mismo día, según reportes de medios kirguisos,
la Corte Suprema de Justicia suspendió la sentencia en contra del
nuevo jefe de gobierno y ordenó una nueva investigación. Mientras
que el presidente, Sooronbai Jeenbekov, le dijo a la BBC que estaba
dispuesto a presentar su renuncia para ayudar a solucionar la crisis.
"El objetivo principal de los manifestantes no era anular los resultados
de las elecciones, sino sacarme del poder ", dijo en una entrevista
telefónica exclusiva desde un escondite. "Para resolver este problema,
estoy dispuesto a dar la responsabilidad a líderes fuertes, sin
importar a qué grupo pertenezcan. Incluso estoy dispuesto a ayudarlos",
agregó el mandatario.
Jeenbekov, quien fue elegido en 2017, perdió
toda influencia y miles de kirguisos volvieron a salir a las calles
para exigir su dimisión. Los líderes de oposición crearon un Consejo
de Coordinación, con informes que indicaban división y lucha
por las posiciones gubernamentales influyentes.
Según la plataforma de inteligencia geopolítica Stratfor,
aquella crisis política en Kirguistán tuvo sus raíces en una intensa
competencia por el poder dentro de la facción gobernante que se
remonta a 2010. Ese año una combinación de dificultades económicas
y acusaciones de corrupción atizó un levantamiento que terminó derrocando
al entonces presidente Kurmanbek Bakiyev. El país inició entonces
una reforma constitucional para cambiar el sistema político del
país de uno presidencialista a un sistema parlamentario. Pero eso
terminó creando "un panorama político tumultuoso, con frecuentes
luchas internas entre los principales actores de los partidos gobernantes",
asegura Stratfor. Según la consultora, el ascenso del presidente
Jeenbekov al poder -inicialmente como primer ministro en 2016 y
luego como presidente en 2017- estuvo acompañado de esfuerzos por
marginar a Atambayev e Isakov, sus predecesores y antiguos aliados.
El Bazar Osh es uno de los bazares más grandes en
Biskek.
"La mayoría de los protagonistas de la crisis de Kirguistán
provienen del mismo Partido Socialdemócrata de Kirguistán, que ha
sido la fuerza dominante en el parlamento desde la reforma constitucional
de 2010", explicó en su momento la consultora. Y aunque durante
la última década las divisiones y el nacimiento de nuevos partidos
han generado una competencia cada vez mayor entre facciones, estas
"no varían mucho en términos de sus agendas económicas y de política
exterior", agregaba. Esto significa que los estrechos vínculos de
Kirguistán con Rusia, así como la cada vez mayor integración económica
del país con la Unión Económica Euroasiática y la apertura a las
inversiones de la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda de China
muy seguramente se mantendrán.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
El conflicto kirguís-tayiko de 2022 inició el 14 de
septiembre de 2022 cuando estallaron enfrentamientos significativos
entre Kirguistán y Tayikistán después de un período de enfrentamientos
de baja escala desde el 27 de enero de 2022. La lucha es la continuación
no consecutiva de una serie de enfrentamientos en la primavera y
el verano de 2021 entre los dos países. Los territorios que comprenden
los actuales Kirguistán y Tayikistán fueron conquistados por el
Imperio Ruso en el siglo XIX. En la década de 1920, la Unión Soviética
impuso una delimitación en las dos regiones que resultó en enclaves.
Ambos países se independizaron en 1991 cuando se disolvió
la URSS. Ambos países también son miembros de la Organización de
Cooperación de Shanghái (SCO) y la Organización del Tratado de Seguridad
Colectiva (CSTO).
Kirguistán y Tayikistán pactaron un alto a las hostilidades
en 2021.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
La invasión de Ucrania que tanto temía la OTAN y la
UE desde inicios de año se materializó este jueves. Los bombardeos
y ataques militares por tierra y mar ya han supuesto decenas de
muertos y centenares de heridos, pero esta no es la primera vez
que Rusia entra en un conflicto armado, ya que durante las tres
últimas décadas, Moscú ha realizado más de una "operación militar"
en tierras extranjeras.
Como deciamos, se celebra la anexión de Crimea.
Desde la disolución de la Unión Soviética en 1991 Rusia ha intervenido
militarmente en varios conflictos, todos salvo el caso de Siria
en el territorio de países que formaban parte de la antigua URSS,
como sucede en la ofensiva que lanzó sobre Ucrania. Como suele suceder
en las guerras, estos conflictos han supuesto numerosos daños, éxodos
y grandes crisis migratorias.
Tras la desintegración de la URSS y la declaración
de Georgia como república independiente, dos regiones situadas en
su territorio, Osetia del Sur y Abjasia, rechazaron integrarse en
ella y proclamaron su autonomía, que no fue aceptada por Georgia.
La creciente tensión desembocó en sendos conflictos armados: el
de Osetia del Sur se desarrolló entre 1990 y 1991 y se saldó con
2.000 muertos y el de Abjasia, entre 1992 y 1993, costó más de 10.000
vidas y el éxodo de 300.000 georgianos que vivían en la región.En
ambos casos los separatistas contaron con el apoyo de Rusia. En
agosto de 2008 tropas georgianas atacaron Tsjinval, capital de Osetia
del Sur, y otras localidades, lo que desencadenó la intervención
de fuerzas militares rusas en apoyo de las milicias surosetas y
obligó a retirarse a los georgianos. El conflicto se prolongó durante
cinco días y causó más de 600 muertos. Dos semanas después Rusia
reconoció la independencia de los dos territorios.
Un georgino llora sobre el cadáver de un familiar
después de un bombardeo ruso en Gori (a 80 km de Tiflis), el 9 de
agosto de 2008.
Rusia ha intervenido en las dos sangrientas guerras
secesionistas que ha sufrido Chechenia y que ha dejado decenas de
miles de muertos. Las hostilidades comenzaron en 1994 cuando Moscú
irrumpió en este territorio que había proclamado su independencia
en 1991, apenas un mes antes de que el último líder soviético, Mijaíl
Gorbachov, firmara la defunción de la URSS. La intervención finalizó
en 1996 con la retirada del Ejército ruso, el desarme de la guerrilla
y la posibilidad de iniciar un proceso de autodeterminación, que
se frustró en 1999 con la llegada de Vladimir Putin al poder y una
cadena de atentados en Rusia y en la vecina república rusa de Daguestán,
que Moscú atribuyó a terroristas chechenos. En febrero de 2000 Rusia
se apoderó de Grozni, mientras continuaron las hostilidades que
el Kremlin dio por oficialmente finalizadas en 2009.
El Gobierno de provisional de Kirguizistán pidió a
Rusia en 2012 el envío de fuerzas de paz para controlar la situación
en la ciudad kirguís de Osh, donde se habían producido choques armados
entre kirguises y uzbekos que se habían saldado con decenas de muertos
y cientos de heridos. Las tropas rusas se han mantenido en Kirguizistán
desde entonces y Rusia es el principal aliado de la república centroasiática
desde que las autoridades de ese país ordenaran el cierre en 2013
de la base aérea estadounidense situada en el aeropuerto internacional
de Manás. En 2017 los dos países acordaron prolongar la presencia
rusa otros 15 años.
Además del conflicto en el Donbás, en marzo de 2014
Rusia se anexionó la península de Crimea, que había formado parte
de la antigua república soviética de Ucrania y se mantuvo bajo domino
ucraniano cuando este país se constituyó como república independiente.
El 22 de febrero de 2014 y después de tres meses de protestas del
Euromaidan fue derrocado el presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich,
que se refugió en Rusia. Grupos armados prorrusos tomaron entonces
las sedes del Gobierno y la Rada crimeos. La anexión de Rusia se
produjo después de un referéndum en la península no reconocido por
Ucrania ni la comunidad internacional que se celebró en marzo de
ese año en medio de una intervención militar rusa incruenta. El
presidente de Ucrania, Vladimir Zelenski, elegido en 2019, anunció
el 23 de agosto de 2021 la "cuenta atrás" para la desocupación de
Crimea por parte de Rusia.
Víktor Fiódorovich Yanukóvich fue gobernador del óblast
de Donetsk entre 1997 y 2002; primer ministro de Ucrania —en dos
períodos—; y presidente entre 2010 y 2014.
El 2 de enero de 2022 Kazajistán fue escenario de
multitudinarias protestas, las más graves de su historia postsoviética,
debido a la subida del precio del gas licuado de petróleo, que derivaron
en violentos disturbios con epicentro en la mayor ciudad de país,
Almaty, que fueron reprimidas por las fuerzas kazajas dejando un
balance de 240 muertos, 4.600 heridos y 10.000 detenidos. El presidente
del país, Kasim-Yomart Tokáyev, solicitó ayuda el día 5 a la alianza
militar postsoviética liderada por Rusia, la Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva (OTSC), para sofocar la "amenaza terrorista",
como calificó las protestas violentas. Los miembros de la organización,
en lo que fue su primera intervención en veinte años, enviaron 2.000
soldados, la mayoría rusos, que abandonaron el país días después,
una vez restablecido el orden.
En 2015 el presidente sirio, Bachar al Asad, tras
cuatro años de guerra civil, pidió ayuda militar a Rusia, que el
30 de septiembre de ese año comenzó una intervención con ataques
aéreos contra las posiciones del Estado Islámico. El curso de la
guerra cambió desde entonces con sucesivas derrotas de los yihadistas
y facciones rebeldes al presidente Asad. En diciembre de 2017 Putin
anunció la derrota del Estado Islámico en Siria al ser destruidas
las últimas posiciones yihadistas a ambos lados del río Éufrates.
El 11 de diciembre viajó a Siria y ordenó el comienzo de la retirada
de las tropas rusas. Rusia sigue presente en Siria, donde tiene
dos bases militares, en el aeródromo de Hmeimim y el puerto de Tartus.
El nombre de Lavrenti Beria, nacido hace hoy 125 años,
todavía evoca los crímenes más estremecedores de la historia soviética.
Stalin llegó a referirse a él como “nuestro Himmler”, asumiendo
que la figura de su lugarteniente era tan siniestra como la del
jefe de las SS. Sin embargo, la leyenda negra de Beria creció tras
su muerte. Los testimonios sobre su sadismo, crueldad y depravación
sexual, aunque no carentes de fundamento, se exageraron para justificar
la necesidad de haber acabado con el “monstruo del Kremlin”. Las
alternativas a ese retrato apenas han contrarrestado el peso abrumador
del mito sobre la maldad diabólica de Beria, relegando otras lecturas
sobre el personaje, como la del papel desempeñado en los últimos
tres meses de su carrera política. Fue entonces, desaparecido Stalin,
cuando se mostró como el liquidador de su herencia, un reformador
audaz del orbe soviético, cuyas iniciativas, décadas después, hubieran
hecho suyas los defensores más entusiastas de la perestroika de
Mijaíl Gorbachov.
Beria era georgiano como Stalin, aunque veinte años
más joven que él. En circunstancias normales, su formación como
ingeniero le hubiera deparado un futuro prometedor en la industria
petrolera del Cáucaso, pero, en medio de la vorágine de la revolución
y la guerra civil, fue reclutado por los bolcheviques para trabajar
en la temible Cheka, sus servicios de inteligencia, donde descubrió
sus aptitudes para la intriga y el espionaje.
Compensó su modesto pedigrí revolucionario con el
fuste de líder, y, a inicios de los años treinta, sin dejar el control
de la policía secreta, estaba al frente de los comunistas georgianos.
En Moscú pronto se fijaron en aquel funcionario enérgico, administrador
eficaz y al que no le temblaba la mano a la hora de reprimir. Persuadido
por su valía, Stalin lo quiso en su equipo, pero aguardó al momento
propicio para llamarlo junto a él. En 1938, en el punto álgido de
las purgas del Gran Terror, llegó la hora.
Stalin pensó en él como recambio de Nikolái Yezhov,
jefe del NKVD (el KGB de la época), quien había desatado una orgía
de sangre que paralizó al ejército y debilitó al partido. Stalin
temía que las purgas reventaran las costuras del país si no se relajaban.
Beria puso fin al Gran Terror, depuró a fondo los servicios de seguridad
y se adueñó del NKVD. Sabía que en aquel puesto la esperanza de
vida solía ser breve y que para sobrevivir necesitaría astucia e
inteligencia, pero de ambas estaba sobradamente dotado. A partir
de entonces, se reveló como el lugarteniente más apto de Stalin,
el ejecutor que coronaba con éxito sus órdenes, por brutales que
fuesen. El asesinato de su archienemigo Trotski, la masacre de la
oficialidad polaca en Katyn, o la deportación genocida de tártaros
y chechenos, entre otros pueblos soviéticos, figuran en su hoja
de servicios.
Gente de Vínnitsa en busca de parientes entre las
víctimas exhumadas de la masacre ocurrida en 1937. La Gran Purga,
aunque más comúnmente conocida en la Rusia actual como Gran Terror,
fue el nombre dado a la serie de campañas de represión y persecución
políticas llevadas a cabo en la Unión Soviética a finales de la
década de 1930.
El verdugo implacable fue, además, un excelente organizador,
como demostró durante la Segunda Guerra Mundial. Fue él quien evacuó
las fábricas de armamento más allá de los Urales para evitar que
cayeran en manos nazis, y quien fortaleció la musculatura del Ejército
Rojo supervisando la producción y el envío al frente de armas, municiones
y pertrechos. Acabada la guerra, era insustituible en el equipo
de Stalin. Sin embargo, fue apartado de la mayoría de sus responsabilidades,
perdiendo incluso su feudo más preciado: los servicios de seguridad.
Su estrella declinaba y comenzó a temer por su vida, pero el éxito
en la dirección del programa nuclear lo mantuvo a salvo.
Stalin creía inevitable un nuevo conflicto y necesitaba
con urgencia armamento nuclear. El encargo para fabricarlo recayó
en el único capaz, y Beria asumió el desafío consciente de las consecuencias
de un fracaso. En 1949, después de tres años de trabajo infatigable,
y diez antes de lo previsto por el espionaje occidental, la Unión
Soviética detonó su primera bomba atómica.
Lavrenti Beria, entre Voroshílov y Malenkov, en el
funeral de Stalin, 8 de marzo de 1953.
La muerte de Stalin, el 5 de marzo de 1953, libró
a Beria de una purga que parecía inminente. A la espera de la lucha
por la sucesión, sus herederos se repartieron el poder en una dirección
colegiada: Gueorgui Malenkov fue jefe de gobierno y Nikita Jruschov
del partido; Nikolái Bulganin estuvo al frente de las fuerzas armadas,
y la diplomacia en manos de Viacheslav Mólotov. Mientras que Beria
recuperó el control de todos los órganos de la seguridad del Estado.
La euforia por haber sobrevivido a Stalin hizo creer a los herederos
que, a partir de entonces, todo sería diferente. Quien más lo creyó
fue Beria, el único con un plan para que así fuera, un programa
de reformas elaborado a partir del conocimiento de las arbitrariedades
y rigideces del estalinismo, y de su experiencia en la dirección
de Georgia.
En aquella época consiguió evitar las tensiones que
se dieron en otras repúblicas con medidas que aseguraron cierta
paz social, como la relajación en la colectivización del campo o
la restauración de la libertad de comercio. Precedentes del espíritu
reformador que lo guio en los cien días que transcurrieron hasta
su detención. En la dirección colegiada había consenso sobre la necesidad
de aplicar cambios, pero no sobre cuáles ni sobre su profundidad.
Ante la indecisión, Beria tomó la iniciativa y aplicó la política
de hechos consumados. La amnistía más grande conocida, con más de
un millón de liberados del Gulag, fue una de sus primeras decisiones.
En primer término con Svetlana. Stalin al fondo.
1935.
Le siguieron la reducción de castigos y penas, la
liquidación del trabajo forzoso y la prohibición de la tortura.
Medidas que anticipaban la reforma integral de un sistema penitenciario
que había contribuido a dotar de mano de obra semiesclava a los
proyectos faraónicos de construcción de infraestructuras, y que
Beria decidió paralizar. También colocó en el punto de mira otro
emblema del estalinismo: las granjas colectivas, pero no tuvo tiempo
para desmantelarlas. Sí lo tuvo, en cambio, para poner fin a la
anomalía de los pasaportes internos, las ciudades cerradas y las
zonas prohibidas, devolviendo a la ciudadanía la libertad de movimiento
por todo el territorio.
Su aversión hacia Stalin, fraguada durante años, cristalizó
en la censura de su culto y, hasta la caída de Beria, el nombre
de Stalin desapareció de los titulares de la prensa, y su imagen
fue excluida en las grandes celebraciones. Enemigo de la rusificación
forzada, alentó la identidad nacional de las repúblicas, en especial
las de Ucrania y Lituania, proponiendo que sus lenguas tuvieran
consideración oficial, y que funcionarios autóctonos, en lugar de
rusos, ocuparan los puestos de máxima responsabilidad. Aquel alud
de medidas y propuestas debilitaría el control social del partido
y la hegemonía de Moscú sobre el conjunto de repúblicas, lo que
a la postre conduciría al colapso del régimen soviético, como preveían
alarmados Malenkov, Jruschov y compañía. Sin embargo, no reaccionaron,
paralizados por el temor a que Beria utilizase en su contra la información
comprometedora que había atesorado durante años como jefe del espionaje.
Solo un temor mayor los empujaría a actuar.
Lavrenti Beria, Nikita Jruschov y el líder armenio
Aghasi Khanchian en 1935.
En 1949, en el sector soviético de la Alemania ocupada,
se fundó la República Democrática de Alemania (RDA), piedra angular
en la estructura de defensa de la periferia soviética. La construcción
acelerada del socialismo no había dado buenos resultados y el descontento
de la población derivó en una crisis explosiva durante aquellos
cien días. Para atajarla, la mayoría de la dirección colegiada aconsejó
a los dirigentes de la joven república que ralentizaran la sovietización
del país, con la excepción de Beria, que optó por una solución drástica:
renunciar a la RDA y apostar por una Alemania unificada y neutral.
Más pragmático que ideólogo, calculó que un paso hacia la distensión,
como propiciar la reunificación alemana, tendría recompensa de Occidente
en forma de créditos para sacar a la Unión Soviética de la autarquía.
Un beneficio superior a los costes de enquistar el
problema de las dos Alemanias y de mantener la respiración asistida
a la economía de la RDA, en donde dudaba que el socialismo pudiera
germinar.
Beria, protagonista de la portada de 'Time' en 1953,
pocos meses después de la muerte de Stalin.
Con su plan para la RDA Beria había traspasado una
línea roja. Ninguno de sus compañeros en la dirección colegiada
estaba dispuesto a renunciar al mayor trofeo de la guerra y la herencia
más valiosa de Stalin: el Imperio soviético. El pavor a que lo desmembrara
los convenció de que debían deshacerse de él. Durante aquellos cien
días, Beria maniobró con tanto exceso de confianza como de menosprecio
hacia la capacidad de respuesta de sus rivales. Pese a controlar
los servicios de inteligencia fue incapaz de detectar el golpe palaciego
que tramaba Jruschov, y que puso fin a su breve perestroika. De
haberse consumado, probablemente hubiera acelerado el final de la
guerra fría y hoy hablaríamos de otro orden mundial.
El 26 de junio de 1953, Lavrenti Beria fue detenido
en el Kremlin y encerrado en el búnker de un presidio moscovita.
En vano pidió clemencia a sus antiguos compañeros. A mediados de
diciembre comenzó su juicio, al más puro estilo estalinista: sin
defensa ni derecho a apelación. Acusado de traición por intentar
liquidar el régimen soviético y restaurar el capitalismo, el 23
de diciembre fue condenado a muerte y ejecutado. En el año 2000,
ya en la Rusia de Putin, la Corte Suprema se negó a la revisión
del juicio solicitada por sus familiares.
Viacheslav Skryabin escogió como nombre de guerra
Mólotov, del ruso “molot”, que quiere decir martillo. El joven revolucionario
confiaba en que el toque industrial y proletario del apodo lo acercaría
a las masas obreras a las que debía arengar. Mucho tiempo después,
cuando alcanzó la cima de la jerarquía soviética, su sobrenombre
se ajustaba perfectamente al carácter implacable y tenaz del que
sería el más fiel lugarteniente de Stalin. Ambos se conocieron en
1912, en la redacción de Pravda, el diario bolchevique. Tuvieron
que transcurrir diez años hasta que comenzaran a colaborar estrechamente.
Stalin era entonces secretario general del partido, y Mólotov, su
adjunto. En aquel cargo sobresalió como un administrador concienzudo
y leal. En la lucha por el poder que siguió a la muerte de Lenin
tomó partido por Stalin, quien recompensó generosamente su fidelidad.
En 1926, con la promoción al selecto club del Politburó, y, cuatro
años después, con la jefatura del gobierno.
Si hacemos caso a Trotski, aquel ascenso representaba
el triunfo de una generación de burócratas mediocres, ajenos a la
estirpe heroica de los viejos bolcheviques y más celosos del rigor
administrativo que de las convicciones ideológicas. Crítica al margen,
lo cierto es que, a lo largo de los años treinta, Stalin y Mólotov
formaron el tándem que moldeó la sociedad soviética. El primero
definía desde la dirección del partido las líneas maestras de la
política, mientras el segundo supervisaba su ejecución controlando
la acción de gobierno. No hubo iniciativa, por traumática que fuera,
sin el respaldo absoluto de Mólotov. Por eso fue tan responsable
como Stalin de las consecuencias calamitosas de la colectivización
del campo, y cómplice en las matanzas durante las grandes purgas.
Los archivos atestiguan los cientos de listas de condenas a muerte
firmadas por ambos.
Molotov forma el pacto germano soviético de
no agresión, ante Stalin y el ministro alemán Bon
Ribbentrop, de pie a la izquierda.
A mediados de 1939, sin apenas experiencia diplomática,
asumió la cartera de Exteriores. A partir de entonces, fue el alter
ego de Stalin en las mesas de negociación y defendió su voluntad
con dosis infinitas de firmeza y paciencia. Cerró el pacto de no
agresión con los nazis que retrasó casi dos años la invasión alemana.
Y cuando esta se produjo, tejió la alianza con británicos y norteamericanos
que aseguró la victoria.
Al acabar el conflicto estaba en el cenit de su carrera.
Solo Stalin superaba su proyección internacional, y su estatura
como hombre de Estado era reconocida en las principales cancillerías.
Sin embargo, su famosa tenacidad a la hora de negociar poco pudo
hacer por mantener la colaboración con Londres y Washington en la
construcción del orden de la posguerra. La gran alianza se desvaneció
dando paso a la división del mundo en dos bloques. La guerra fría
había estallado.
El político y diplomático soviético Viacheslav Mólotov
en su etapa como ministro de Exteriores, 1941.
1948 fue su annus horribilis. Lo peor no fue que se
quedara con la miel en los labios tras ser nominado al Nobel de
la Paz, sino el arresto de su esposa. Polina Zhemchúzhina, ferviente
estalinista que había ocupado altos cargos en el gobierno, estaba
desde hacía tiempo en el punto de mira de Stalin. Su origen judío
sirvió de pretexto para acusarla falsamente de espiar para Israel.
Condenada a cinco años en un campo de trabajo, Mólotov nada hizo
para salvarla de la cárcel. Incluso acató el divorcio que le impuso
Stalin, porque antes que el amor por ella estaba la obediencia ciega
al partido y la devoción sin límites a su líder, quien, no satisfecho
con esa humillación, lo destituyó como ministro de Exteriores al
año siguiente.
Polina Zhemchúzhina Molotova.
No se detuvo ahí su caída a los infiernos. En 1952,
Stalin lo excluyó, primero, del Politburó, y, luego, de su círculo
más íntimo. Sospechaba sin fundamentos que su lugarteniente más
leal era un traidor. Su vida pendía de un hilo. Aunque el 5 de marzo
de 1953 debió de respirar con alivio al conocer la muerte de Stalin,
fue el único de sus colaboradores que se mostró visiblemente emocionado
durante el funeral de quien creía un gigante irremplazable. El poder
pasó entonces a una dirección colegiada, con Gueorgui Malenkov como
primer ministro, Lavrenti Beria al frente de la seguridad del Estado,
y el control del partido en manos de Nikita Jruschov.
Mólotov recuperó la jefatura de la diplomacia. Con
sesenta y tres años era el más veterano del grupo, y, para la mayoría,
el digno sucesor de Stalin. Pero estaba demasiado acostumbrado a
ser el número dos y no mostró intención alguna de querer desafiar
el liderazgo colectivo. Al contrario, no dudó en secundar a Jruschov
para deshacerse de Beria cuando sus iniciativas amenazaron los equilibrios
de poder en el grupo. Hasta 1955 buscó con ahínco la distensión
con Occidente, intentando dar forma a un sistema de seguridad colectiva
que pusiera fin a la guerra fría. El escollo era el futuro de la
Alemania dividida. Ante el temor a que la parte occidental se rearmara,
integrándose en la OTAN, estuvo dispuesto a aceptar una Alemania
unida y neutral.
Fue una concesión que Jruschov, que se perfilaba como
el hombre fuerte del régimen, rechazó de plano. Como resultado,
la guerra fría se enquistó. En 1955 la República Federal de Alemania
ingresó en la OTAN, y, al año siguiente, su hermana comunista lo
hizo en el Pacto de Varsovia.
Quizá no hubo dos personalidades más antagónicas en
el grupo dirigente que las del secretario general y el jefe de la
diplomacia. Jruschov, expansivo, impetuoso y algunas veces errático,
estaba en las antípodas del autocontrol y refinamiento del siempre
inescrutable Mólotov, que despreciaba a Jruschov por su tosquedad.
Aquellas diferencias de carácter, a buen seguro, acentuaron las
discrepancias políticas que preludiaron su enfrentamiento final.
Mólotov censuró con dureza que Jruschov cediera a Ucrania la península
de Crimea, un territorio históricamente ruso. También criticó el
despilfarro absurdo de su campaña para cultivar extensas zonas baldías
del país.
De izqd. a dcha. llevan el féretro de Stalin:
Beria, Malenkov, Vasili Stalin, Mólotov, Bulganin, Kaganovich
y Shvernik, 1953.
Jruschov, por su parte, aprovechó las reticencias
de Mólotov al acercamiento a la Yugoslavia de Tito para acusarlo
de mantener concepciones anticuadas de las relaciones internacionales.
A la postre, detrás de aquellas disputas subyacía el conflicto entre
dos modelos políticos: el estalinismo, que representaba Mólotov,
y su superación, por la que apostaba Jruschov. La ruptura definitiva
llegó cuando Jruschov decidió atacar a la figura de Stalin. Mólotov
aceptaba que su jefe hubiera cometido errores, pero también exigía
el reconocimiento de sus méritos. Nada de aquello sucedió durante
el vigésimo congreso del partido, celebrado en febrero de 1956,
y que inició la desestalinización.
El famoso informe secreto de Jruschov, leído a puerta
cerrada, horrorizó a los delegados al revelar la magnitud de los
crímenes de Stalin. Mólotov no fue el único en el partido que interpretó
aquella maniobra como una traición. Entre bastidores hubo quien
le pidió que diera un paso al frente y tomara las riendas del país.
Mólotov (izquierda) con Jruschov (segundo desde
la derecha) y el Presidente del Consejo de Ministros Nikolái
Bulganin (a la izquierda de Jruschov) en 1955.
La desestalinización avanzaba. Tras el congreso, se
creó una comisión para investigar los juicios que, en los años treinta,
eliminaron a la vieja guardia bolchevique, así como el asesinato
de Serguéi Kírov, el jefe del partido de Leningrado, detonante de
las grandes purgas. Jruschov confiaba en que los resultados de la
investigación apuntarían a Stalin como promotor del magnicidio,
lo que debilitaría a sus fieles en el partido. Pero las conclusiones
de la comisión, presidida por Mólotov, ratificaron la culpabilidad
de los ejecutados, y descartaron que Stalin urdiera complot alguno
contra Kírov. Aquel revés a la ofensiva antiestalinista de Jruschov
no evitó la destitución de Mólotov como ministro de Exteriores,
aunque conservó su puesto en el Politburó, desde donde continuó
su oposición al secretario general.
En el otoño de 1956, la crisis en los regímenes comunistas
de Polonia y Hungría agudizó aún más las tensas relaciones en la
cúpula dirigente. Jruschov cometió la imprudencia de airear fuera
del partido las desavenencias internas. Aquel error, que traspasaba
una línea roja de la ética bolchevique, unido al estilo egocéntrico
de Jruschov en la toma de decisiones, contraviniendo las normas
de la dirección colegiada, convencieron a Mólotov de la necesidad
de destituirlo. Gueorgui Malenkov y Lázar Kaganóvich, antiguos lugartenientes
de Stalin, se sumaron a la iniciativa. Los partidarios del golpe
eran mayoría en el Politburó, y desde aquel órgano lanzaron su ataque.
En junio de 1957 tuvo lugar la acalorada reunión del Politburó en
la que Jruschov, después de recibir un aluvión de críticas y acusaciones,
presentó su renuncia. El triunfo parecía de Mólotov, pero pronto
fue neutralizado. Para que la renuncia fuera efectiva debía ratificarla
el Comité Central, y la proporción de delegados favorables al secretario
general era abrumadora.
Mólotov, con el ministro francés de Exteriores, Antoine
Pinay, en 1955.
La victoria de Jruschov estaba cantada. El Comité
Central se reunió durante una semana. Sus sesiones no solo restituyeron
en su puesto a Jruschov, encumbrándolo como líder absoluto, también
se convirtieron en un juicio político contra los promotores de la
intentona golpista, denominados entonces Grupo Antipartido. Mólotov
y sus aliados habían querido poner fin a la desestalinización, pero
acabaron siendo sus víctimas. Fueron acusados de atentar contra
la unidad del partido y de ser cómplices de los crímenes de Stalin.
La derrota los despojó de sus cargos y selló el final de sus carreras
políticas.
Con la caída vino el ostracismo. Mólotov fue destinado
a Mongolia como embajador. Luego a Austria, con un puesto de menor
relieve. La distancia no lo silenció, y continuó denunciando el
revisionismo de Jruschov y su traición a Stalin, lo que le valió
la expulsión del partido en 1962. El peor castigo. Alejado desde
entonces de toda actividad política, solicitó reiteradamente su
reingreso, hasta que lo obtuvo en 1984. Falleció dos años después,
al inicio de la perestroika de Gorbachov. Su muerte pasó casi inadvertida.
No era momento oportuno para el reconocimiento póstumo a un estalinista
inquebrantable.
Durante mucho tiempo, desde el siglo pasado hasta
hoy en día, en partes de Asía Central, la simple mención de Román
Ungern von Sternberg (1885 – 1921) acalla cualquier conversación,
pues es sinónimo de invocar a la desgracia. Este enloquecido noble
ruso de ancestros germano-bálticos –y conocido como «el barón loco»–
ensangrentó el Turquestán chino o Turquestán oriental y pretendió
recrear el imperio de Gengis Kan, de quien se declaró ser la reencarnación.
Como solía suceder con la nobleza germano báltica, ingresó en la
Academia de cadetes y su primer destino fue en un regimiento de
cosacos destinados en el Turquestán, entre Mongolia y China. La
experiencia fue toda una revelación para el joven Román. Quedó fascinado
con las costumbres y cultura mongola. Tanto que se convirtió al
lamaísmo/chamanismo que los mongoles habían sincretizado para uso
general.
Al iniciarse la Primera Guerra Mundial ya lucía una
amplia cicatriz en su pronunciada frente. La herida fue producto
de un sablazo que recibió durante un duelo. Se ha discutido mucho
si esta herida pudo haber causado daños neuronales que explicarían
su futuro comportamiento.
La hoja de servicios de Ungern von Sternberg nos muestra
una personalidad profundamente alterada. Poseedor de un valor temerario
y de una ferocidad aterradora fue sumando ascensos y condecoraciones
hasta alcanzar el rango de general de división. Por otro lado, el
expediente nos muestra una intolerancia extrema a la disciplina,
un gusto por la crueldad y una personalidad conflictiva que le llevaría
a ser evitado por el resto de los oficiales, pues todos sabían que
era un entusiasta de los duelos y que cruzarse con él era jugarse
la vida. Sus propios jefes lo definen como «alguien carente del
más básico sentido de la decencia y la disciplina militar».
Tras la caída del imperio ruso, Ungern von Sternberg
se une a la facción de los rusos blancos, durante la sangrienta
guerra civil rusa que duraría hasta el año 1922. La agresividad
y espíritu ofensivo del barón hizo que le dieran el mando de la
división de caballería asiática. Tras el colapso del ejército Blanco,
el barón –ya con una inquietante y bien demostrada fama de valor,
locura y crueldad, pues era conocido como «el barón loco» o «el
barón sangriento»– reunió los restos de las tropas de los ejércitos
blancos y se dirigió a Mongolia con idea de tomar la capital (entonces
se llamaba Urga) y conquistar el país para usarlo como base de futuras
operaciones.
El edificio Mongolor de Urga en el que los chinos
hicieron su última resistencia y Ungern estableció su cuartel general.
En otoño de 1920 entró en Mongolia al frente de un
ejército de 6.000 soldados con la idea de recrear el imperio de
Gengis Kan rondando su enloquecida mente. Para conseguir aliados
entre las tribus locales se casó con una princesa mongola y se proclamó
defensor del último gobernante mongol, Bogd Kan, quien había sido
depuesto por los chinos –que habían puesto un gobierno chino en
Mongolia– y se encontraba encerrado en las cercanías de Urga. En
enero de 1921 tomó la capital, liberó a Bogd Kan, quien anciano
y ciego nada podía hacer frente al enloquecido ruso, y se convirtió
de facto en el dictador de Mongolia entera. El barón era profundamente
antisemita. Para él, comunistas y judíos eran lo mismo, y todo miembro
de esa religión era ejecutado inmediatamente. «Peores que rojos»,
afirmaba de ellos. Claro que todo aquel que se le opusiera, en cualquier
tema, grado o modo, no se encontraba en mejor posición. Para entonces
en Moscú se habían hecho conscientes del peligro que suponía Mongolia
como base para destruir a la embrionaria República de los Soviets
(la fundación de la URSS fue el 30 de diciembre de 1922) por lo
que se procedió a la acumulación de fuerzas y material para llevar
a cabo la eliminación del peligro. Esta se llevó a cabo ese mismo
año de 1921 y con fuerzas abrumadoras se derrotó a las tropas de
Ungern von Sternberg, conquistando la capital el 1 de agosto de
ese año.
Ungern von Sternberg antes de la ejecución.
Las aventuras de este enloquecido ex oficial zarista
todavía continuarían un poco más. Los mongoles, gente muy supersticiosa,
creían que estaba poseído por el espíritu del dios de la guerra
(y de la destrucción) por lo que era tan temido como odiado. La
actuación del barón en Mongolia creó un resentimiento hacia los
refugiados rusos, al tiempo que destruía las precarias instituciones
políticas y las estructuras económicas mongolas. Así, cuando el
gobierno revolucionario popular de Mongolia en el exilio –gobierno
títere creado por los comunistas y que residía en Moscú– solicitó
al gobierno de Lenin que acudiera para «liberarlos», se creó un
modelo de estrategia política que se haría muy familiar a lo largo
del siglo XX. Con su enloquecida actuación, el barón entregó Mongolia
a Lenin en bandeja y se inició la expansión política del comunismo.
Tras haber conquistado la capital mongola de Urga,
Sternberg ideó lanzar una cruzada anticomunista contra el gobierno
de Lenin. El 27 de mayo de 1921 se declaró emperador y autócrata
de todas las Rusias. El doctor Ferdinand Ossendowski, un geólogo
polaco que había apoyado al gobierno de los rusos blancos y que
trataba de sobrevivir en esos difíciles tiempos, llegó a Urga huyendo
de los comunistas y nos dejó unas vívidas memorias de esos días
tituladas Bestias, hombres y dioses.
La magnética y desquiciada personalidad del «barón
loco» producía rechazo y fascinada admiración entre los mongoles,
quienes estaban convencidos de que el orate estaba poseído por el
espíritu del dios de la guerra Kangchenzönga. Antes de partir en
su cruzada visitó el Santuario de las Profecías, templo budista
en Urga famoso por predecir el tiempo de vida que restaba a las
personas por medio de unos boles llenos de dados. Cuando el barón
hizo su pregunta, la respuesta de los dados fue: «ciento treinta
días». Esa noche, nos cuenta Ossendowski en su libro, una vidente
mongola fue llamada a la presencia del barón quien, delante del
geólogo polaco, ordenó que contara lo que le decían los dioses.
La mujer cayó en trance y empezó a murmurar: «Veo al dios de la
guerra... Su vida se agota... horriblemente... Tras él una sombra
negra como la noche... Tras ella; nada». Esto sucedió pocos días
antes de proclamarse emperador e iniciar su cruzada.
Al principio el «barón loco» derrotó a las fuerzas
bolcheviques, según cuenta el oficial zarista Dmitry Alioshin de
los sucesos durante esos días ya que el bueno del doctor Ossendowski
–muy sensatamente– había salido zumbando en dirección a Manchuria
a la primera oportunidad que tuvo. Como ldecía Alioshin Dimitri
en su libro Una odisea asiática nos cuenta las victorias de esos
primeros días y cómo las tropas enemigas cada vez eran más numerosas
y estaban mejor equipadas y comandadas. Al final Ungern von Sternberg
fue derrotado. Sus tropas fueron diezmadas y, al contrario que los
soviéticos, no podía reponer rápidamente las perdidas. Perseguido
por los comunistas, el barón regresó a Mongolia para reagrupar y
aprovisionar a sus desmoralizadas tropas. Cuanto más desesperada
parecía su situación, más cruel e irracionalmente asesino era su
comportamiento.
Odisea asiática, publicada por primera vez en 1940,
es el relato autobiográfico de las experiencias de Dmitri Alioshin
en Siberia y Mongolia en los tiempos caóticos, a menudo extremadamente
violentos, posteriores a la Revolución rusa. Alioshin, un oficial
del Ejército Imperial, sirvió en el ejército de los rusos blancos
bajo el mando del general Kolchak y el barón von Ungern-Sternberg,
luego en el Ejército Rojo comunista y más tarde se unió a la desafortunada
fuerza expedicionaria estadounidense como intérprete bajo el mando
del general Graves. El relato de Alioshin es una lectura fascinante,
ya que describe la encarnizada lucha entre las fuerzas comunistas
e imperiales, las lealtades cambiantes de los soldados, el saqueo
de las aldeas capturadas, el duro paisaje que incluye una caminata
por el desierto de Gobi y las formas de vida de los mongoles, cosacos
y otros grupos. El libro termina con Alioshin regresando a la casa
de su padre en Harbin, China, pero se sabe poco sobre la vida posterior
de Alioshin.
Agotadas y desmoralizadas las tropas del barón, una
noche sus propios soldados decidieron asesinarlo. Emplazaron una
ametralladora cerca de la tienda de campaña donde dormía y abrieron
fuego a bocajarro hasta agotar la cinta de munición. Para su asombro
y espanto de la acribillada tienda salió la figura del barón –el
pecho ensangrentado y desnudo estaba cubierto por cantidad de amuletos–
que saltó sobre un caballo y se perdió en la noche.
Esa misma noche lo encontraron una partida de soldados
mongoles. Temerosos de alguien a quien tenían por una reencarnación
del espíritu de la guerra, lo maniataron y abandonaron cerca de
una patrulla rusa, para que así el espíritu que le poseía no les
persiguiera a ellos por la muerte del barón. Cuando fue encontrado
por los rusos, a la pregunta de quién era respondió: «Soy el barón
Ungern von Sternberg. Soy vuestra pesadilla». El periódico The Times,
de fecha de 13 de septiembre de 1921, publicó un artículo informando
de que el barón había sido exhibido, como si de una alimaña o bestia
se tratara, en las estaciones del ferrocarril Transiberiano camino
de Moscú. Al final se decidió que fuera juzgado en la corte de justicia
de Novosibirsk, en Siberia. Un periodista norteamericano dejó una
crónica relatando la expectación que levantó el juicio y cómo atrajo
a la ciudad a decenas de miles de curiosos. Durante el juicio el
barón respondió con fiereza a todas las acusaciones, negó autoridad
al tribunal y al gobierno bolchevique y dejó muy claro el desprecio
que sentía por todos y la indiferencia acerca de su propio destino.
La sentencia solo podía ser una –y además venía dictada desde Moscú–,
ejecutándose el 15 de septiembre. Exactamente ciento treinta días,
como le fue profetizado. En 1998 hubo un intento de revisión del
juicio que se llevó a cabo y que condenó al barón loco. El Presidium
del Tribunal Regional de Novosibirsk se negó a rehabilitarle, reconociendo
todos los cargos contra él. En especial los de masacrar a población
civil, cargo que, a juicio del tribunal, estaba más que ampliamente
probado.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
|
|