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24 - Noviembre - 2023
>>>> Juez y verdugo > Shusaku Endo

 

 

 

 

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La bibliotecaria
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Año 1989. Martin Scorsese se encuentra en Japón, a bordo de un tren bala. El famoso cineasta va a interpretar un pequeño papel, nada menos que el pintor Vincent Van Gogh, en la película “Los sueños de Akira Kurosawa”, de Akira Kurosawa.

Entre sus manos sostiene un libro. Se titula “Silencio”, y su autor es Shusaku Endo. Le fascina lo que lee, se identifica con el estado anímico del protagonista, y es que el cineasta ha quedado roto tras su polémico acercamiento a la figura de Jesús el año anterior en La última tentación de Cristo. La historia de los misioneros jesuitas en el Japón del siglo XVII, y la dura prueba que supone para el protagonisa el chantaje del asesinato de los conversos si no apostata, cala hondo en Martin Scorsese. Pero va a pasar más de un cuarto de siglo hasta que convierta esa historia en una película, Silencio.

¿Pero quién es el escritor que ha logrado tocar de esta manera el alma artística de Martin Scorsese? Shusaku Endo (1923-1996) es unos de los autores japoneses más célebres del siglo XX, y su nombre sonó con frecuencia para el Nobel de Literatura. Su escritura es fascinante, emotiva y profunda, atrapan sus interrogantes acerca de las grandes cuestiones que ocupan al ser humano. Él sufrió los rigores de un hogar roto, y se quedó a vivir con su madre, que se convirtió al catolicismo, el mismo camino que siguió su hijo, que entonces contaba 12 años. Desde entonces el tema de la fe formó parte integral de su vida, lo que plasmó de un modo u otro en sus novelas, a veces directamente, otras de fondo. Su planteamiento existencialista, donde no se escamotean las “noches oscuras” que toca atravesar con frecuencia a los creyentes, le valió la definición habitual de “Graham Greene oriental”.

En su novela “Escándalo”, de 1986, hay una suerte de mirada autobiográfica, el protagonista Suguro le sirve para enfrentarse a la imagen que los críticos y gran parte del público tienen acerca de Endo, y a sus personales oscuridades como escritor converso, por el paso que dio antes su madre, que le llevó a sumergirse en una fe que era ajena a las personas que tenía alrededor, y que él tuvo que asumir durante la siempre conflictiva etapa de la adolescencia.

Este libro arranca con la concesión a Suguro de un importante premio literario, y su amigo y colega Kano debe hacer su elogio ante un numeroso público. La descripción de Suguro bien podría trasladarse a Endo: “La desdicha de Suguro es que debe describir a su Dios, un ser escurridizo para nosotros los japoneses, como si pudiera ser entendido en un marco cultural japonés. Ésta fue la razón de que al principio nadie le prestara atención.” (…) “Publicó varias novelas históricas sobre los primeros cristianos en Japón, en las que describía a unos patéticos creyentes que eran obligados a apostatar por unos brutales funcionarios imperiales.” (…) “Ha adoptado como tema central de su literatura el modo de poner su religión en armonía con el entorno japonés.” (…) “Nunca ha sacrificado su literatura en favor de su religión. Jamás ha relegado su arte al papel de instrumento de una fe que jamás podría aceptar una persona como yo.” (…) “La singularidad de la literatura de Suguro se basa en el descubrimiento de un nuevo sentido y un nuevo valor para lo que la religión denomina pecado.” (…) “Tras cada acto pecaminoso se oculta un anhelo de renacimiento.”

Toda la peripecia personal de Endo forma parte de algún modo de su obra literaria. Así, sus estudios de medicina en la Universidad Waseda y sus períodos hospitalarios por enfermedad están bien presentes en sus novelas “Cuando silbo” y “El mar y veneno”, donde convive un ejercicio de la profesión médica que se preocupa de las personas, junto a otro que orilla las consideraciones éticas, con experimentos no concordes con la dignidad humana, una cierta deshumanización en el trato al paciente o la pura ambición de escalar puestos socialmente. También está presente la experiencia de la guerra, y la ingenuidad y el encanto de una etapa escolar que puede hacerse irrepetible para las endurecidas nuevas generaciones. La literatura de Endo, aparte de por Greene, también está influida por escritores católicos franceses como Georges Bernanos, y de hecho tuvo un periodo formativo en la Universidad de Lyon.

El interés por los orígenes del cristianismo en Japón se plasmó en dos novelas fundamentales, “Silencio” y “El samurái”. La primera, ganadora del premio Tanikazi, describe los esfuerzos en el siglo XVII de dos jóvenes jesuitas por dar con su mentor, el padre Ferreira, del que existen fundados rumores de que ha apostatado en medio de la cruel persecución promovida por las autoridades. Con trasfondo histórico, es una trama ficticia que invita a la reflexión sobre el precio que supone mantener y difundir la fe, y la tentación de querer ocupar el lugar de Jesús, Dios hecho hombre. La otra, aunque con elementos de ficción, se basa en hechos reales, los intentos de establecer relaciones comerciales entre Japón y Nueva España, que lleva al envío de una embajada de rango medio incluso a España y el Vaticano. El protagonista, el samurái del título, se ve presionado para convertirse como modo de asegurar el éxito de su misión, y curiosamente su acercamiento auténtico al cristianismo, esa figura repetida de un hombre miserable en una cruz le produce rechazo allá adonde va, con la que se topa una y otra vez, se produce de un modo imprevisto, providencia ordinaria, no como lo ha planificado el ambicioso franciscano que le guía, y que aspira a convertirse en obispo de Japón.

Al final, la obra de Endo bien podría describirse con las palabras que usaba otro ilustre converso, Evelyn Waugh, al referirse a una de sus novelas: “la acción de la gracia sobre unos personajes”. No extraña que Scorsese, criado en un ambiente italoamericano de tradición católica, pero agitado por la violencia contemplada en su barrio neoyorquino de Queens, y el ambiente artístico en que se desenvuelve, se haya visto atraido por la trayectoria de Endo y de los jesuitas de su novela, buscarse a sí mismo y hacerse entender a través de una obra artística personal tiene un precio, satisface y desgasta, todo va unido.

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